martes, agosto 29, 2006

Sordos y solos

Ludwig van Beethoven tenía 26 años cuando empezó a quedarse sordo; se presentaba en público cada vez con mayor dificultad; esto fue hasta 1814; en 1816 empezó a utilizar una trompetilla; la sordera lo alteró, lo transformó (escribe uno de sus biógrafos): irascible, de trato difícil, desconfiado, había que gritar para que escuchara.
Era un hombre solo.
El otro sordo ilustre fue Francisco de Goya: nacido en 1742, en 1796, después de conocer las mieles del éxito y el reconocimiento, una extraña enfermedad lo dejó sin escucha. Entre 1820 y 1823 decoró las paredes de su casa, la Quinta del Sordo, con las pinturas negras, imágenes tan tétricas que según ciertos especialistas mostraban al verdadero Goya. "Todo me falta, sólo me sobra voluntad", decía.
En un libro dedicado al dios Saturno, el novelista André Malraux escribió sobre Goya: "Para permitir que se manifestara su genio era necesario que se atreviera a dejar de querer complacer. Aislado de todo el mundo, descubrió la vulnerabilidad del espectador, se dio cuenta de que el pintor sólo tiene que luchar consigo mismo para convertirse, más pronto que tarde, en el conquistador de todo".

Pablo Chacón. "Los invertebrados", Los otros. Una arqueología de la soledad, Edhasa, 2006

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