domingo, octubre 17, 2010

Santiago Sylvester / Dos poemas




(perseverancia del halcón)

Tiene nombre ilustre
y lo protege la serenidad: vuela sin inmutarse por el espanto
de esos pequeños alborotadores que resguardan huevos y pichones:
él
con alzada majestuosa
y ojo directo
busca comida.

Por estas quebradas
pasó la historia: él
vio todo: gente a manotazos, escapando o persiguiendo: el
murmullo de muertos que se escucha promediando
enero: una partida de gauchos al acecho, la cabalgata
heroica de pobre gente
obligada al heroísmo:
y vio también el merodeo, el desplazamiento: los restos de una
civilización que ha prescrito: piedras y cantos con alguna
ceremonia:
él
vio todo desde su vuelo impertérrito: no juzga, no invoca,
no confía: tiene
hambre.

Vuela, aterra, y todas las tardes
organiza ese escándalo; desde aquí
lo veo, sabio, sin prisas, esperando
que todos nos volvamos comida: historia, huesos, animales,
persona.


(como la niebla alrededor de un aeropuerto)

Una mujer, joven y demacrada, como era y
por lo tanto como siempre ha sido, me dice sin sonreír, sin
ninguna carga de emoción: sí, soy yo.
El amigo que se mató
salta por encima de los treinta años
y también me dice que está aquí.
La casa al borde del
río espeso del verano, con la higuera
y las chirimoyas que siguen dando sombra,
me hace saber que es inmortal.
El
perro que me mordió
me sigue mordiendo: y
¿quién es el que trae los libros de mi padre, los apila sobre el
escritorio, y abre la ventana hacia la calle para que
charlemos en paz? ¿quién se lanza temporal abajo y sigue
llegando con el pelo en desorden, sin nombrarme pero
intensamente reclamando por mí? ¿quién se distrae un
instante y luego deja que pasen los años para recordarme
que los años han pasado?

Restos de memoria: materia intangible con se arma y desarma
como la niebla alrededor de un aeropuerto: unas veces
para dar consistencia a una cara, otras para saber
algo más de lo que ya sabía.
Y sin embargo
no es esto lo que quiero decir: siempre hay algo de vida propia,
algo
de vida que no es nuestra; y ya no se sabe qué es recuerdo,
engaño de la memoria o
como se llame el agua removida que se junta cuando
conocemos demasiadas cosas
con las que no sabemos qué hacer.

Santiago Sylvester (Salta, 1942), El reloj biológico, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2007

Ilustración: El Neva con neblina, Félix Vallotton

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