viernes, julio 26, 2013

Poemas elegidos, 83


Fernando Noy
(San Antonio Oeste, Argentina, 1951)

Oh tenebrosa fulgurante, de Amelia Biagioni
Cuando leí este poema de Amelia Biagioni me estremecí ante tanta verdad. Nadie como ella antes me había hablado de la poesía con semejante precisión casi aterradora. Desde entonces lo llevo como un talismán ante el pánico que a veces produce no la hoja sino la vida en blanco. Tampoco solo este poema de Biagioni, sino todos los suyos, siempre han obrado como fulgores de una alquimia más allá de las profecías y palabras sagradas. La poética es ese don, a veces también tremendo y difícil de soportar, incomparable estigma del que además no se puede huir, sanar o ser excomulgados. Es como si la antropofagia de los días le diera el brillo a cada cosa, gesto, objeto, persona, etc., que antes te quitaron. Y quizás los faros en medio del mar también son voces que imprimen poemas en las olas, desde donde algunos marinos verbales logramos rescatarlos cual conchillas, corales, tentáculos de pulpos ahogados en el famoso nudo de nuestras gargantas.
Leer o escribir poesía es casi un mismo vértigo, pero de ambos lados, ante ese oleaje sin orillas que se muerde la cola en la espuma de los versos más conmovedores donde, como en este, al fin encallamos. Nos callamos.... Sonoros!!!


Oh tenebrosa fulgurante

Oh tenebrosa fulgurante, impía
que reinas entre cábala y quimera,
oh dura poesía
que hiciste mi imprevista calavera.

Por qué me diste huesos
sí yo era, entre lenguas, "la que nombra
muriendo transparente", y entre besos
"llovizna" desde el beso hasta la sombra.

Sí yo era la pálida costumbre
de cruzar el otoño trashumante,
 mientras tú suavemente, ave de lumbre,
alta volabas y constante.

Por qué bajaste oscura. Mis despojos
creas, desencadenas mi esqueleto.
Devoraste mis párpados, mis ojos,
mi corazón secreto.

Oh sacrílega maga que ceñiste
la gracia en hambre, alazo, pico y garra,
por qué en tu salamandra convertiste
a mi tristísima cigarra.

Por qué. Pero me ofrezco y apaciento
mis huesos, y mi cara se acostumbra
a ser tan sólo profecía y viento.
Come, cuerva. Y relumbra.

Amelia Biagioni (Gálvez, Argentina, 1916 - Buenos Aires, 2000)


Foto: Ñ

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