domingo, diciembre 08, 2013

Javier Adúriz / Vía de estudio
















Aikido finalmente puede resultar un arte
marcial, aunque asombrosamente pacifista.
Si se me permite la contradictio in adjecto,
una lucha hacia la paz. No se crea
que la paz es un estado nulo, pero sí
una convicción del equilibrio: algo activo.

El Uke viene, como cualquier conflicto
grande o pobre de la vida. Ahí, un compañero
lo representa con mucha belleza y etiqueta.
Sin embargo, como cada milímetro de carne
-indivisa con la mente- lo compone, nunca
la repetición es igual. Por el contrario,
una sorpresa de la concentración.

En cambio el Nague recibe, absorbe, muda
lo que puede sacarlo de su centro
hacia la invisibilidad; reconoce
la dinámica del otro, tal un ritual
y en par de cortesía le tributa homenaje;
y así, hasta que de pronto se comprenden.

Son maestros avanzados Kío y Julián
en el recinto despojado de mi dojo,
donde lo asombroso carece de explicación.
Que tan dispares hagan su camino
de equilibrio en el aire, y del todo
un hecho idéntico
plural, para cualquiera, con verdad
sin palabra. Ahí brilla indefinible
lo evidente: la calma viva.

A Koretoshi Maruyama, Gloria
por la respiración profunda. Y más
Gloria a Morihei Weshiba, otro buda,
lleno de nada que todo lo posee.

Javier Adúriz (Buenos Aires, 1948-2011), Los nada, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2011

1 comentario: