sábado, octubre 11, 2008

Enrique Molina / Disfrazado de embajador o de mono


















Francisca Sánchez 
(Fragmento)
      
       Lazarillo de Dios en mi sendero
      ¡Francisca Sánchez acompáñame! *
                                            Rubén Darío


Disfrazado de embajador o de mono
O de duque de los confines de la lujuria
Nada apaga las constelaciones del trópico
Los enceguecedores volcanes
Que fermentan henchidos de flores
En su corazón
- ¡Oh amado Rubén!-
              Y de pronto
La criada fosforecente cantando por los pasillos
De una pensión de Madrid
La arisca mata de pelo sobre la nuca de vértigo
Tantas noches
Envuelto en sombras venenosas
Se propagan aúllan los fantasmas
En su sangre aterrada
En tales cuartos amueblados del insomnio
Ella aparece desnuda entre los montículos
Del campo lentamente desnuda
Devorado ahora por el éxtasis
Con las venas llenas de brasas
Junto a ese cuerpo gemelo en la oscuridad
              Francisca Sánchez
Sola en la hierba de las caricias
Sola en su instinto de rescoldo
El viento reconstruye sus risas abrazos de loba
Labios predestinados
A ese rey de la fascinación de vivir
El fastuoso poeta al borde de la catástrofe y la gloria.

Enrique Molina (Buenos Aires, 1910-1997), "Las bellas furias" (1966), Obra poética, Corregidor, Buenos Aires, 1987

* Francisca Sánchez "acompañó" a Darío desde 1899 hasta 1916. Breves biografías la describen como "sencilla, analfabeta, de origen campesino". Darío testó tres veces en su favor, la última en 1914, según documentos que obran la Universidad Complutense de Madrid. Tuvo con ella un hijo, Rubén Darío Sánchez. La relación con Francisca Sánchez coincide con la etapa diplomática de la vida de Darío y con su mayor gloria: cuando regresó a Nicaragua en 1907 para divorciarse de su segunda mujer, Rosario Murillo, se lo recibió con honras oficiales y se dictó "causal de larga separación" únicamente para que pudiera cumplir con su cometido. No obstante, Murillo le hizo pleito y el divorcio no se concretó. En sus tempranos últimos años Darío estuvo obsesionado por la muerte. Padeció delirium tremens y tuberculosis, cuyos primeros síntomas aparecieron en 1906. En 1916 otra vez viajó a Nicaragua. Murió ese año en León, cerca de donde había nacido, en casa de Rosario Murillo, a los 49 años.
Seis poemas, o un poema en seis partes, dedicados a Francisca Sánchez, figuran entre las obras póstumas de Rubén Darío. Sin fecha segura de composición, son versos que revelan su temprana angustia mortal a la vez que la clara percepción de su propia valía como poeta. El tercero finaliza: "Alma socoral y oscura , /con tus cantos de España, / que te juntas a mi vida /rara, /y a mi soñar difuso, /y a mi soberbia lira,/ con tu rueca y tu huso, /ante mi bella mentira,/ ante Verlaine y Hugo, /¡tú que vienes /de campos remotos y oscuros!" Pero Molina cita el sexto:


Ajena al dolo y al sentir artero,
llena de la ilusión que da la fe,
lazarillo de Dios de mi sendero,
Francisca Sánchez, acompáñame...
En mi pensar de duelo y de martirio,
casi inconsciente me pusiste miel,
multiplicaste pétalos de lirio
y refrescaste la hoja de laurel.
Ser cuidadosa del dolor supiste
y elevarte al amor sin comprender;
enciendes luz en las horas del triste,
pones pasión donde no puede haber.
Seguramente Dios te ha conducido
para regar el árbol de mi fe;
hacia la fuente de noche y de olvido,
Francisca Sánchez, acompáñame...

Poesías completas de Rubén Darío, Ediciones Antonio Zamora, Buenos Aires, 1967

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