viernes, junio 14, 2013

Poemas elegidos, 25


Pablo Anadón
(Villa Dolores, 1963)


Dos patrias, de José Martí
Un poema que a menudo vuelve a mi memoria es “Dos patrias”, de José Martí. Lo escribió poco antes de morir, y en él prevé su muerte. No sólo la prevé, reflexiona sobre ella, la imagina, y la acepta. Podemos verlo al poeta en su habitación, cuando llega la noche, escribiendo a la luz de una vela. “Cuando retira / su majestad el sol”, dice, y parece reverberar allí un eco de otro sol declinante, el del poema “Para entonces” de Manuel Gutiérrez Nájera, otra meditatio mortis: “Morir cuando la luz, triste, retira / sus áureas redes de la onda verde, / y ser como ese sol que lento expira: / algo muy luminoso que se pierde”. Nuestro autor ve la tarde que se oscurece, y sueña -ese soñar despierto del poeta- que la noche es también su patria, como la lejana Cuba por cuya libertad luchó toda su vida, y que ambas son a su vez una mujer, una mujer de luto que viene hasta su cuarto. Esa dama enlutada, que es la Noche y que es Cuba (y que es la Muerte), trae en su mano una flor, un clavel rojo. El hombre junto al vidrio adivina qué es ese clavel sangriento y por qué la mujer está de luto. Ella trae en la mano el corazón de él (uno recuerda a otra joven, ésta en cambio vestida toda de rojo, que también apretaba en su mano el corazón de otro poeta), y está enlutada porque es, anticipadamente, su viuda. “Ya es hora / de empezar a morir”, se dice a sí mismo. Todo el poema, como decía, es una meditación sobre la muerte: tiene el ritmo entrecortado, con frases breves, de quien no canta ni hace un discurso para los demás, sino de quien se habla a sí mismo en el silencio y en la soledad. Los endecasílabos blancos atenúan la rotundidad de su áurea medida por medio de los encabalgamientos, que subrayan esa cadencia entrecortada, como de oleadas progresivas de conciencia. Se dice: “La noche es buena / para decir adiós. La luz estorba / y la palabra humana.” La oscuridad de la noche, en efecto, simplifica la realidad exterior, nos devuelve hacia esa otra realidad de lo invisible, que para algunos griegos era la verdadera realidad (por ello representaban al sabio como ciego). Luego, como un corolario de lo anterior, viene otra constatación que, para Octavio Paz, no podría haber sido formulada antes del Modernismo (podríamos pensar asimismo: antes de la conciencia del hombre moderno): “El universo / habla mejor que el hombre.” Esta frase admite, a mi juicio, diversas interpretaciones. Se me ocurren tres. El universo habla mejor que el hombre, en primer lugar, porque el lenguaje humano siempre será más limitado que el lenguaje del universo, “ese tapiz que vemos del reverso”, para decirlo con un verso de Pedro Miguel Obligado, o ese Libro misterioso, como ha sido definido por Dante y la tradición hermética. En segundo término, porque “la palabra humana” suele ser expresión de un yo, y sólo quizás a través de los más altos momentos de la poesía ese yo puede convertirse en Otro, como proponía Rimbaud. Y en tercer y último término (queda abierto su enigma, sin embargo, a otras significaciones), porque llega una hora en que la palabra puede o debe dejar su lugar a la acción, a esa otra palabra que es el acto (allí se insinúa el ánimo fundamentalmente ético, antes aún que estético, de Martí). Luego de esa afirmación, queda un espacio en blanco, se hace una pausa, como si se materializara en la blancura del papel el mutismo de la palabra meramente humana. Se completa el endecasílabo en el inicio de la frase siguiente: “Cual bandera / que invita a batallar, la llama roja / de la vela flamea.” Vemos aquí la confirmación de la última interpretación que planteábamos: el poeta ve cómo la llama misma de la humilde vela junto a la cual escribe se transforma en una bandera, una bandera roja, de lucha. Es entonces cuando apunta otro verso encabalgado de una extraordinaria fuerza poética, una frase que no puede ser percibida en toda su intensidad si no se ha vivido esa experiencia del yo, del ego, como una clausura, como una prisión: “Las ventanas / abro, ya estrecho en mí.” Esa palabra, “abro”, al inicio del verso, me recuerda otro verso extraordinario, uno de los más poderosos que conozco de la poesía en lengua castellana, que comienza con la misma vocal abierta y que manifiesta también, con magnífica hipérbole, una pasión para la cual hasta la infinitud divina puede ser una cárcel: “Alma a quien todo un Dios prisión ha sido” (me gusta más esta versión blasfematoria del verso de Quevedo, que la otra con el dios en minúscula, que sólo aludiría al dios Amor). Luego de tal gesto extático, ese clímax a la vez concreto, realista, y simbólico, del hombre que abre las ventanas porque ya no cabe en su individualidad, llega la coda del poema: “Muda, rompiendo / las hojas del clavel, como una nube / que enturbia el cielo, Cuba, viuda, pasa…” (notemos, de paso, el logrado arte de la aliteración, que recorre todo el texto). El sacrificio, imaginativamente, se ha cumplido: Cuba, que es la Noche, y es a la vez una hermosa mujer de negro, se aleja esparciendo los pétalos del clavel que es su corazón. El poeta acepta su destino, su muerte, en manos de la patria. En ese final escucho, no sé si equivocadamente, la resonancia del final de otro poema en que un hombre dialoga consigo mismo, con su dolor, como si hablara con su amada: “Et, comme un long linceul traînant à l’Orient, / Entends, ma chère, entends la douce Nuit qui marche.” (Literalmente: “Y, como un largo sudario arrastrándose al Oriente, / Escucha, querida mía, escucha la dulce Noche que avanza.”) Poco después de escrito “Dos patrias”, que queda manuscrito entre sus Flores del destierro, José Martí murió por la liberación de su país, el 19 de mayo de 1895, en la batalla de Dos Ríos.




Dos patrias

Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche.
¿O son una las dos? No bien retira
su majestad el sol, con largos velos
y un clavel en la mano, silenciosa
Cuba cual viuda triste me aparece.
¡Yo sé cuál es ese clavel sangriento
que en la mano le tiembla! Está vacío
mi pecho, destrozado está y vacío
en donde estaba el corazón. Ya es hora
de empezar a morir. La noche es buena
para decir adiós. La luz estorba
y la palabra humana. El universo
habla mejor que el hombre.
                           Cual bandera
que invita a batallar, la llama roja
de la vela flamea. Las ventanas
abro, ya estrecho en mí. Muda, rompiendo
las hojas del clavel, como una nube
que enturbia el cielo, Cuba, viuda, pasa…

José Martí (La Habana, 1853-Dos Ríos, 1895)



Foto: Pablo Anadón en FB

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