jueves, julio 17, 2014

Robert Lowell / Buenos Aires












En mi habitación del Hotel Continental
a mil millas de ninguna parte,
escuché
el grueso, carnoso respirar de la manada.

El ganado cubría mi ropa nueva:
abrigo de delgada gamuza color nuez,
calzado puntiagudo
que me apretaba los pies.

Un falso decoro de fin de siglo
roncaba sobre Buenos Aires,
perdido en las pampas
gobernada desde cuarteles.

Antiguos hombres fuertes  a quienes se negó la gloria,
en bancarrota, a caballo, soldados a sus monturas, movían
patas alzadas en mármol blanco de forma lunar
para abatir al país.

La escultura militar romántica
enarbolaba sables frente a arquitectura Dickensiana,
lacónicos pelotones patrullaban los vacíos
dejados por la pobreza invisible.

Todo el día leí de golpes de estado de la prensa
de pesados, generales destructivos –
bollos de masa en el tablero de ajedrez – y nunca vi
los tanques que se le enfrentaban.

En los soleados paseos de cipreses
en  el cementerio de Mártires Republicanos,
cientos de templos romanos monoambientes
albergaban sus neoclásicos catafalcos.

Bustos realistas conmemorativos
preservaban los sacones de campaña
y las preocupadas, surcadas frentes
de esos soldados burócratas.

Al borde de sus portones de bronce
cien diosas de mármol
lloraban como sauces. Hallé alivio
cubriendo con suaves palmas cada duro seno.

Esa noche caminé las calles.
Mis apretados pies sangraban en los zapatos. En una plaza
rechacé la seducción desde la oscuridad de
cuerpos de pitonisas semidiosas del nuevo mundo.

En todas partes bramaba el viejo toro –
los amordazados de abajo clamaban
por la bruta carne de Perón,
el Don Juan de las cortesanas.

En la plaza principal
un obelisco de piedra blanca
se erguía como falo
sin piel ni pelo –

siempre mi faro
¡me dirigí a casa que es el hotel!
Mi aliento blanqueaba el aire invernal
abatido yo por el cansancio.

Cuando la negrura de la noche se disipó,
vi la luz de la madrugada
sobre una Buenos Aires llena
de un severo gentío almidonado.

Robert Lowell (Boston, 1917- New York,1977), New York Review of Books, 1 de febrero de 1963. Incluido en el libro For the Union Dead (Para los muertos de la unión), 1964
Versión de Andrew Graham-Yooll


Buenos Aires

In my room at the Hotel Continental
a thousand miles from nowhere,
I heard
the bulky, beefy breathing of the herds.

Cattle furnished my new clothes:
my coat of limp, chestnut-colored suede,
my sharp shoes
that hurt my toes.
A false fin de siecle decorum
snored over Buenos Aires,
lost in the pampas
and run by the barracks.

Old strong men denied apotheosis,
bankrupt, on horseback, welded to their horses, moved
white marble rearing moon-shaped hooves,
to strike the country down.

Romantic military sculpture
waved sabers over Dickensian architecture,
laconic squads patrolled the blanks
left by the invisible poor.

All day I read about newspaper coup d’états
of the leaden, internecine generals—
lumps of dough on the chessboard—and never saw
their countermarching tanks.

Along the sunlit cypress walks
of the Republican Martyrs’ graveyard,
hundreds of one-room Roman temples
hugged their neo-classical catafalques.

Literal commemorative busts
preserved the frogged coats
and fussy, furrowed foreheads
of those soldier bureaucrats.

By their brazen doors
a hundred marble goddesses
wept like willows. I found rest
by cupping a soft palm to each hard breast.

That night I walked the streets.
My pinched feet bled in my shoes. In a park
I fought off seduction from the dark
python bodies of new world demigods.

Everywhere, the bellowing of the old bull—
the muzzled underdogs still roared
for the brute beef of Peron,
the nymphets’ Don Giovanni.

On the main square
a white stone obelisk
rose like a phallus
without flesh or hair—

always my lighthouse
homeward to the hotel!
My breath whitened the winter air,
I was the worse for wear.

When the night’s blackness spilled,
I saw the light of morning
on Buenos Aires filled
with frowning, starch-collared crowds.

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Foto: Robert Lowell en Londres, 1967 Jane Brown/The Guardian

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