martes, agosto 30, 2016

Biancamaria Frabotta / Los nuevos climas










El jardín parecía una habitación
que una ráfaga de viento hubiera
cerrado de un portazo.
La destrucción era total.
Andando despacio, con cuidado
de no pisar las bulbos abatidos
los raros azafranes pelados por el estruendo
las trompetas tan sutiles y comunes
que adornaban la gran piedra
sacada a la luz por la excavadora
pensé que todo estaba floreciendo
al revés, las raíces a tientas
por los míseros vapores, los pétalos rancios
apresados bajo el lodo
como perros con cadena.
El inesperado aluvión de Pascua
había recorrido el reino entero
con la bestialidad de una herejía.
Tal vez entre las grietas pudiera rebrotar el pálido eucalipto
tan útil contra los pantanos. Pero ahora que todo ha sido edificado
piedra sobre piedra, ¿qué hacer con esta ávida hidrobomba?

*

En invierno de dos mil siete
nos salteamos el invierno.
Como en un capricho de Goya
el otoño empezó y no terminó
sino, en primavera, con las moscas
que nunca se murieron, dentro
de un espejo inquieto y venenoso.
En la ciudad casi no se dieron cuenta
de la deliberada tibieza
inmersos como estaban en el
tráfico de sus quehaceres
cotidianos –solo alguno
a veces se desvelaba de noche
con un pie hinchado, el pelo
todo revuelto, aunque cortado
hace poco, la camiseta de dormir
enrollada sobre el vientre
o totalmente desnudo bajo el edredón.
En el campo cada yema sufría
la falsa hinchazón de las venas engañadas
por el sol cálido de esos días en que
de los prados manaba una
intrépida hierba incolora.

Biancamaria Frabotta (Roma, 1946) XXIV Festival de Poesía de Rosario
Versiones de Daniel García Helder


I nuovi climi

Il giardino sembrava una stanza
che un colpo di vento avesse chiuso
sbattendo la sua unica porta.
La distruzione era totale.
Camminando a fatica, attenta
a non pestare i bulbi sconvolti
i rari crochi pelati dallo scroscio
i tromboni così gentili e comuni
che ornavano la grande pietra 
portata alla luce dalla scavatrice
pensai che tutto stesse fiorendo
a rovescio, le radici brancolanti
nei miseri vapori, i petali marci
trattenuti sotto dal fango 
come cani alla catena.
L’inattesa alluvione di Pasqua
aveva percorso l’intero regno
con la violenza di un’eresia.
Forse tra le crepe sarebbe ricresciuto il pallido eucalipto
così utile contro le paludi. Ma ora che tutto è stato edificato
pietra su pietra, che farsene di questa vorace idrovora?

*

L’inverno del duemila e sette 
saltammo l’inverno. 
Come in un capriccio di Goya
l’autunno cominciò e non finì 
se non, a primavera, con le mosche
che non erano mai morte, dentro
uno specchio inquieto e velenoso. 
I cittadini quasi non si accorsero 
del premeditato tepore 
immersi com’erano nel 
traffico delle loro imprese 
quotidiane – solo qualcuno
talvolta si svegliava di notte
con un piede più gonfio, coi
capelli scomposti, per quanto
tagliati di recente, le bluse
dei pigiami arrotolate sui ventri
o in totale nudità sotto i piumoni.
In campagna ogni gemma soffriva
nel falso turgore dei getti traditi
dal sole caldo di quelle giornate
che dai prati emanavano una 
intraprendente erba incolore.

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